El rey Gris by Susan Cooper

El rey Gris by Susan Cooper

autor:Susan Cooper [Cooper, Susan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1975-01-01T05:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

LOS DURMIENTES

La chica de las montañas

—Perdone, señor Davies, ¿ya ha vuelto Bran del instituto? —preguntó Will.

Owen Davies dio un respingo. Estaba inclinado sobre el motor de un tractor de una de las casas que no pertenecían a la granja. Su fino cabello estaba desgreñado, y su rostro, manchado de aceite.

—Lo siento —prosiguió Will—, le he asustado.

—No, no, muchacho, no pasa nada. Estaba pensando en otras cosas… —Esbozó una rápida mueca de disculpa que parecía ser lo más próximo a una sonrisa que podía expresar. Todas las líneas de su enjuto rostro parecían conducir a sitio alguno. Will pensó: «Ni una expresión, nunca».

—Bran ya ha vuelto. Creo que lo encontrarás dentro de casa. O allí arriba con… —señaló con su ligera y preocupada voz.

—Con Cafall —acabó Will con suavidad. Habían enterrado al perro la tarde anterior, en lo alto de la ladera más baja de la montaña, con una pesada piedra sobre la tumba para mantener alejados a los carroñeros.

—Sí, eso creo. Allí arriba —corroboró Owen Davies.

Will quiso añadir algo, pero las palabras huían.

—Señor Davies, lo siento mucho. Todo. Ayer. Fue horrible.

—Bueno, sí, gracias. —Owen Davies se sentía incómodo, eludía el contacto con las emociones—. No se pudo evitar —añadió bajando la vista hacia el motor del tractor—. Nunca sabes cuándo a un perro se le puede ocurrir lanzarse sobre las ovejas. Ocurre una vez entre un millón, pero ocurre. Incluso el perro más obediente del mundo… —De súbito alzó la vista y, por primera vez, sus ojos se encontraron con los de Will, aunque parecía que no le miraran a él, sino más allá, hacia el futuro o el pasado. Su voz se hizo más firme, como la de un hombre joven—. Creo, tenlo en cuenta, que Caradog Prichard estaba más que dispuesto a disparar al perro. Es algo muy drástico y normalmente no debe hacerse con el perro de otro hombre, y mucho menos delante de sus narices. Todos estábamos allí, no nos hubiera costado nada atrapar a Cafall. Y, a veces, se les puede dar un hogar a los cazadores de ovejas, alejarlos de ellas, sin tener que matarlos… Pero no le puedo decir esto a Bran, y tú tampoco debes. No le ayudaría.

Sus ojos parpadearon de nuevo y Will pudo observar, fascinado y confundido, cómo los brillantes ecos de otros tiempos caían como una cortina y abandonaban al corriente y gris Owen Davies con su aire entristecido y ligeramente culpable.

—Bueno —concluyó Will—, creo que tiene razón, pero no, no le diré nada a Bran. Voy a ver dónde está.

—Sí —urgió Owen Davies, volviendo su ansioso y desamparado rostro hacia las colinas—. Sí, tú podrías ayudarle, creo.

Pero Will sabía, mientras avanzaba con dificultad a través del fangoso suelo, que él o cualquier otro miembro de la Luz tendría pocas probabilidades de consolar a Bran.

Cuando alcanzó el límite del valle, donde la tierra comenzaba a elevarse, vio por encima de él, a medio camino montaña arriba, la figura de John Rowlands, muy pequeña y distante, como un muñeco. Sus dos perros, de manchas blancas y negras, corrían a su alrededor.



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